La guerra es fácil

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Por Jorge Ramos:

“En esta guerra no hubo vencedores ni vencidos”, dijo hace unos días Timochenko, uno de los líderes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, o FARC. Y lo primero que pensé fue: qué desperdicio de vidas y de tiempo.

Llevan 52 años en guerra y 220 mil muertos (según el Centro Nacional de Memoria Histórica) y ¿hasta ahora se dan cuenta de que no sirvió para nada?

Pudieron haber parado la guerra al primer año, a los 10, o incluso cuando ya llevaban 40 años luchando. Pero siguieron peleando con la esperanza, supongo, de que en algún momento destrozarían a su enemigo. Eso nunca pasó.

En varios de mis viajes a Colombia durante las últimas tres décadas, recuerdo haber regresado con la misma conclusión: Los guerrilleros nunca le podrán ganar al ejército, y los soldados tampoco podrán vencer a las guerrillas. Incluso en la época de Álvaro Uribe — cuando a un altísimo costo se redujo el número de guerrilleros — los colombianos nunca estuvieron cerca del fin de la guerra.

Por eso, ahora que la posibilidad de paz se acerca, espero que no la desperdicien. Los colombianos decidirán en un referéndum, el próximo 2 de octubre, si ratifican los acuerdos de paz entre las guerrillas de las FARC y el gobierno del presidente Juan Manuel Santos. Es una oportunidad histórica, y una de las mejores noticias que hemos tenido en América Latina.

“Después de la paz comienza lo difícil: la construcción de esa paz”, dijo el presidente Santos hace poco ante Naciones Unidas. Tiene razón.

Lo más fácil sería seguir peleando. Las inercias y los resentimientos están bien aceitados. Las dos partes han mandado a pelear a sus niños y jóvenes, y esa es la fórmula perfecta para transmitir el odio de generación en generación. ¿Quién no quiere vengar la muerte de un hijo o una hija, de un padre, una madre o un hermano?

Es imposible ponerse en el lugar de un padre que perdió a su hijo o de los niños que crecieron solos por el secuestro de su madre. Estoy seguro que el dolor es insoportable, paralizante y que nunca desaparece por completo. Pero solo desearía que casos como esos no se volvieran a repetir. Es todo. La paz les da esa oportunidad. La guerra no.

“¿Hay una manera de liberar a los seres humanos de la fatalidad de la guerra?” le preguntó una vez en una carta en 1932 el científico Albert Einstein al doctor Sigmund Freud. “¿Cómo es posible que las masas se dejen enardecer hasta llegar al delirio y la autodestrucción?”

La primera respuesta de Freud a Einstein, también en una carta, fue desalentadora. “En principio, pues, los conflictos de intereses entre los seres humanos se solucionan mediante el recurso a la violencia”, escribió Freud. “Así sucede en todo el reino animal, del cual el hombre no habría de excluirse”. Pero después nos da la solución a las guerras. “La violencia es vencida por la unión: el poder de los unidos representa ahora el derecho, que se opone a la violencia del individuo aislado”, concluye Freud.

Eso es precisamente lo que está pasando en Colombia. Es el poder de los unidos; es la unión de los enemigos que deciden dejar de serlo. Y ese acuerdo negociado en Cuba durante cuatro años entre los antiguos opositores da lugar a nuevas reglas.

La paz va a doler. Sí, sé que será repugnante que un asesino camine, impune, por las calles de Santa Marta o que un exsecuestrador viva a solo cuadras de una de sus víctimas en Bogotá. Los crímenes contra la humanidad no prescriben y deben ser, siempre, procesados. Pero habrá otras violaciones a los derechos humanos, igual de trágicas para las víctimas o sus familiares, que no serán perseguidas bajo los acuerdos de paz o que se perderán en el olvido.

Al final, solo una comisión de la verdad, creada en un momento más propicio, podrá poner punto final a más de cinco décadas de abusos. Si la verdad es lo primero que se pierde en una guerra, solo la paz podrá regresar a Colombia el estado de ánimo necesario para ver hacia atrás, con calma y justicia.

Me siguen resonando las palabras de Timochenko. Que en esta guerra entre hermanos y vecinos nadie ganó y nadie perdió. Cuántas vidas perdidas en vano. Qué guerra tan inútil y absurda.

 

 

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