El estrés grave y continuo afecta al cerebro de los niños

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ASHEVILLE, Carolina del Norte, EE.UU. (AP) – Una niña de grandes ojos café, silenciosa y que no sonríe, se acurruca dentro de un cubículo cubierto de tela, abraza un oso de peluche y aparta la mirada de la ruidosa aula.

Los espacios seguros, ratos de silencio y ejercicios de respiración que hacen ella y otros alumnos de parvulario en el Verner Center for Early Learning están diseñados para ayudar a los niños a lidiar con el estrés intenso para que puedan aprender. Pero los expertos confían en que haya un beneficio aún mayor, proteger los cuerpos y cerebros de los pequeños de un estrés tan persistente que pueda volverse tóxico.

No es ningún secreto que crecer en circunstancias duras puede cobrarse un precio en los niños y llevar a problemas de comportamiento y aprendizaje. Pero los investigadores han descubierto algo diferente. Muchos creen que el estrés en la primera infancia _producido por una pobreza extrema, la negligencia, adicciones de los padres y otras penurias_ puede calar bajo la piel, dañando el cerebro de los niños y otros sistemas del cuerpo.

Las investigaciones sugieren que este estrés puede fomentar algunas de las principales causas de muerte y enfermedad en la vida adulta, como los ataques de corazón y la diabetes.

“El daño que sufren los niños de la enfermedad infecciosa del estrés tóxico es tan grave como el daño de la meningitis o la polio o la tos ferina”, dijo la doctora Tina Hahn, pediatra en la zona rural de Caro, Michigan. Su objetivo número uno cómo médico, señaló, es prevenir el estrés tóxico. Hahn suele preguntar a las familias sobre el estrés en casa, les educa sobre los riesgos y les ayuda a encontrar formas de gestionarlo.

El un creciente número de estudios sobre los riesgos biológicos del estrés tóxico está impulsando una nueva estrategia de salud pública para identificar y tratar los efectos de la pobreza, el abandono, los abusos y otros problemas. Aunque algunos miembros de la comunidad médica cuestionan esas investigaciones, cada vez más pediatras, especialistas de salud mental, educadores y líderes comunitarias adoptan una atención al respecto.

La estrategia se basa en la premisa de que el estrés extremo o los traumas pueden provocar cambios en el cerebro que pueden interferir con el aprendizaje, explicar un comportamiento problemático y poner en riesgo la salud. El objetivo es identificar a los niños y familias afectados y ofrecer servicios para tratar o prevenir el estrés continuado. Esto puede incluir clases de paternidad, tratamiento contra adicciones para los padres, programas con la escuela o la policía y psicoterapia.

Muchos niños de parvulario con los que trabaja la especialista en salud mental Laura Martin en el Verner Center han pasado por varias casas de acogida o viven con padres a los que les cuesta llegar a fin de mes o que tienen problemas de alcohol y drogas, depresión o violencia doméstica.

Llegan a la escuela en modo de “pelear o huir”, desconcentrados y retraídos o agresivos. En ocasiones patean y gritan a sus compañeros de clase. En lugar de agravar ese estrés con disciplina agresiva, el objetivo es eliminar el estrés.

“Sabemos que si no se sienten seguros no pueden aprender”, dijo Martin. Al crear un espacio seguro, n objetivo de programas como el de Verner es hacer los cuerpos de los niños más resilientes al daño biológico que provoca el estrés tóxico, explicó.

Muchos de estos niños “nunca saben qué va a pasar después” en casa. Pero en clase, tarjetas cuadradas colocadas a la altura de sus ojos les recuerdan con palabras y dibujas que tras la comida llega un rato de tranquilidad, después una merienda, luego lavarse las manos y una siesta. Los niños rugen como leones o sisean como serpientes en ejercicios de respiración que les ayudan a tranquilizarse. Una mesa de la paz ayuda a los niños enfadados a resolver conflictos con sus compañeros.

El cerebro y el sistema inmunológico no están totalmente formados en el nacimiento, y podrían ser vulnerables a daños por problemas en la infancia, según estudios recientes. Se cree que los primeros tres años son los más cruciales y que los niños que no tienen padres devotos ni otros parientes que les ayuden a lidiar con la adversidad son los más vulnerables.

La teoría del estrés tóxico se ha extendido, aunque hay escépticos como el psiquiatra de la Universidad de Tulane Michael Scheeringa, experto en síndrome postraumático en la infancia. Scheeringa cree que los estudios que respaldan la idea son endebles, se basan sobre todo en la observación y no ofrecen pruebas de cómo se veía el cerebro de los niños antes del trauma estudiado.

La Academia Estadounidense de Pediatría apoya la teoría, y en 2012 emitió recomendaciones instando a los pediatras a educar a los padres y al público sobre los efectos en el largo plazo del estrés tóxico y presionando en favor de nuevas políticas y tratamientos para mitigar sus efectos.

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