No, Señor Trump

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Por Jorge Ramos:

Esta no es la columna que pensaba escribir. Pero hay que adaptarse, porque con Donald Trump nos equivocamos en casi todo. Las encuestas estaban mal (al igual que en Gran Bretaña y en Colombia). Muchos periodistas no vimos, como Trump vio, el enorme resentimiento que había en muchos rincones de Estados Unidos, y no hicimos suficientes preguntas duras.

Yo, personalmente, me equivoqué al creer que Trump no podría llegar a la Casa Blanca sin el voto latino. Lo reconozco: Los latinos no pudieron evitar el triunfo de Trump. Votaron en su gran mayoría por Hillary Clinton — 65%, según las encuestas de Edison Research. Pero, aun así, uno de cada tres latinos (29%) votó por Trump.

Eso me sorprendió. Es decir, hubo miles de latinos que (por vergüenza o por otras razones) escondieron a encuestadores y periodistas su voto y, el día de la elección, se lo dieron al candidato republicano.

Trump obtuvo un mayor apoyo entre los latinos que Mitt Romney en el 2012, según estos datos. Es difícil entender este comportamiento después de todos los insultos de Trump a los inmigrantes. Quizás se trata de personas a quienes no les preocupa tanto el tema migratorio o que, sencillamente, no podían confiar en Hillary Clinton.

Pero, poniendo a un lado el tema de Trump, el 8 de noviembre fue un buen día para los votantes latinos. El número de hispanos en el Congreso en Washington pasó de 29 a 34 y ahora habrá cuatro senadores, en lugar de tres, con la elección de la primera senadora latina, Catherine Cortez Masto. Además, los votantes latinos ayudaron a derrotar a un sheriff, Joe Arpaio, en Arizona, acusado durante años de maltratar a inmigrantes e hispanos.

Tampoco entiendo como el 53% de las mujeres blancas votó por Trump, a pesar de sus comentarios machistas y en un año en que se pudiera hacer historia al elegir a la primera mujer a la Casa Blanca. Pero así fue. El video del programa “Access Hollywood” en que Trump dice que por ser estrella puede agarrar a las mujeres de la vagina le hubiera costado la presidencia a cualquier político. No a Trump.

Quizá la razón es sencilla: Clinton simplemente no inspiró a suficientes. El tema de los 30 mil correos electrónicos borrados afectó su credibilidad y reforzó su imagen como la típica política tradicional. Trump propuso ser el cambio, y millones de votantes blancos lo apoyaron mayoritariamente.

El problema es que el cambio que Trump propone es a costa de inmigrantes, musulmanes y minorías. No propone un país para todos.

Las deportaciones masivas que quería Trump como candidato eran un horror antes de su elección y lo siguen siendo ahora. Imagínense las redadas, la violencia de los arrestos separando a padres de sus hijos, los centros de detención, y los aviones y autobuses necesarios para deportar a 11 millones de personas en dos años. Serían más de 15 mil deportados diarios.

Pero no hay que esperar a que Trump tome posesión el 20 de enero. El miedo y la angustia ya se sienten. Estoy escuchando muchas historias de niños llorando y preocupados de que vayan a deportar a sus padres. Quisiera decirle a esos niños que todo va a estar bien, pero no puedo.

Y me rompen el corazón los más de 700 mil “Dreamers” — o jóvenes indocumentados que llegaron muy pequeños con sus padres a Estados Unidos — que podrían perder sus permisos de trabajo y hasta ser deportados si Trump elimina la acción ejecutiva adoptada por Barack Obama. Los “Dreamers” son tan estadounidenses como Barron, el hijo de 10 años de Trump. La única diferencia es que ellos no tienen un papel para demostrarlo. Y yo sé que no se van a dejar.

En una democracia, como la estadunidense que lleva 240 años, siempre hay que aceptar los resultados de una elección y, por supuesto, reconozco el triunfo de Trump. Pero esto no significa que estaré de acuerdo con sus propuestas antiinmigrantes y xenofóbicas ni con sus declaraciones racistas y sexistas. El gran temor es que Trump se convierta en un pendenciero con todo el poder y todo el dinero del mundo. Y la solución no es apaciguarlo por temor a sus berrinches.

De tal manera que, respetuosa pero firmemente, le diré: No, señor Trump. Me colocaré del lado opuesto y seguiré haciendo preguntas, aunque no le gusten. El periodismo siempre debe ser contrapoder. Gane quien gane.

 

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